El Deporte Nacional
Quizás sea exagerado decir que en España el deporte nacional es el “COLARSE”; pero tampoco debe extrañar a nadie que se diga esto porque son una gran mayoría los compatriotas que lo practican.
El terreno de juego para este deporte está en aquellas situaciones en las que muchas personas pretenden acceder al mismo tiempo al mismo sitio y deben hacerlo de una en una. Ello da lugar a la formación de las denominadas “COLAS” y, por ende, al nacimiento del deporte que nos ocupa: El “COLARSE”, cuya esencia se fundamenta en la utilización de fórmulas, trucos, engaños o simplemente “mucha cara”, para acceder al lugar deseado sin esperar el turno correspondiente.
Como otros deportes, al principio comenzó a practicarse como un entretenimiento que necesita un cierto esfuerzo físico y mental y que pone de relieve la innata competitividad del ser humano nacido y criado en nuestra vieja piel de toro.
Hay sesudos estudios que sitúan los inicios de este deporte en la picaresca de nuestro Siglo de Oro; pero parece ser que lo que en verdad ocurre es que, en esa época, se pone especialmente de relieve por el eco que de cualquier forma de engañar al prójimo dan cuenta los brillantes autores que en aquellos años se concitan, estando el nacimiento de esta especialidad competitiva en el momento mismo en que más de dos personas quieren ir al mismo sitio.
Las formas y modos son ilimitados, desde lo más simple, como fingir una cojera para enternecer las almas de los precedentes, o saludar a un amigo, ora falso, ora verdadero, que ocupe alguno de los primeros lugares y quedarse junto a él dándole conversación, hasta otras que necesitan más y mejores dotes, como el irse acercando al lugar del deseo con disimulo, mirando algo en el vacío, como si se fuese invisible, pasando por la pura y exclusiva “cara dura”. El secreto está en saber hacerlo y hacerlo con la debida decisión.
Tanto es ello así y tan consumados maestros, practicantes de este deporte, se han dado en nuestro patrio solar que se ha ido haciendo necesario incrementar las dificultades mediante el establecimiento de mecanismos y reglas que van poniendo la cosa cada día más complicada.
El mantenimiento del orden en las colas y el legítimo deseo de tratar de evitar la actividad de los “Cristóbal” (por lo de “Colón”), ha hecho necesaria la presencia de policías o agentes de seguridad en las que se puede prever que sean conflictivas; pero este sistema no resulta muy operativo, además de resultar bastante oneroso.
Posiblemente por ello, las nuevas tecnologías se han aplicado a encontrar soluciones de forma que, a fecha de hoy, desde las tiendas de ultramarinos más sencillas, hasta los establecimientos más sofisticados de las grandes superficies comerciales, disponen de una maquinita que expende un billetito en el que consta un numerito que indica el turno que ha de seguirse para acceder al mostrador. (Lo de los diminutivos viene a cuento de lo cargante que resulta este sistema para mucha gente, aún para los no practicantes de este deporte)
Y qué decir de los organismos oficiales, Correos, Seguridad Social, Agencia Tributaria o cualquier otra dependencia del Estado, la Autonomía o la Administración Local en las que, o no falta la máquina del numerito o se ha recurrido al más moderno y acabado procedimiento de la denominada “cita previa”, que se ha hecho posible merced a complejos programas informáticos y las pertinentes e intrincadas conexiones entre las oficinas centrales y periféricas, de manera que cualquiera de estos sistemas se ha convertido en un elemento indispensable.
Pero todos estos mecanismos, reglas, sistemas, programas y conexiones, lejos de disuadir a los divos de esta especialidad deportiva tan hispana, no han hecho sino estimularlos para encontrar las formas y los modos de eludir tan estudiada vigilancia y seguir accediendo al objeto de su deseo sin guardar el debido turno.
¿Qué cómo lo hacen? Pues quizás las formas sean menos escandalosas; pero resultan igual de eficaces, en todo caso, remito al amable lector a la próxima entrega de esta reflexión.
Mientras tanto, procure que no se le note demasiado la cara de tonto que se le queda cuando alguien, aparentemente con todo el derecho del mundo, se cuela.