La Cruz
LA CRUZ
De un tiempo a esta parte, en Cáceres se viene manteniendo una polémica que sitúa a la Cruz de la Plaza de América en el ojo del huracán.
Un sencillo ejercicio de memoria nos sitúa en los antecedentes de esta situación:
Es cierto que la Cruz fue erigida en memoria de los caídos de uno de los bandos contendientes en la guerra civil. Y también lo es que, a partir de la entrada en vigor de la Constitución de 1978, se fue forjando entre los españoles el deseo de enterrar rencores, venganzas y ansias de revancha por las atrocidades que durante la guerra civil se cometieron por parte de los defensores de los ideales enfrentados.
Así las cosas, en Cáceres, en 1986, un Alcalde de feliz memoria, hombre íntegro y conciliador, socialista por más señas, con el deseo de que bajo el símbolo de la Cruz, que abre sus brazos y acoge a todos los seres humanos, sin excepción, se amparasen todos aquellos que han dado su vida por España, en cualquier tiempo, en cualquier lugar, en la guerra y en la paz, defendiendo cualquier idea y luchando bajo cualquier bandera, propició la colocación de una nueva placa con esa universal dedicatoria en el pedestal de la Cruz.
Unos años más tarde, en 1994, El ayuntamiento de Cáceres en sesión plenaria aprobó una moción del grupo comunista por la que se acordaba el traslado de la Cruz al Cementerio Municipal, por entender que, dado que se trata de un monumento en memoria de los difuntos, sería más apropiada la ubicación propuesta.
Los años siguen pasando y las sucesivas Corporaciones Municipales no se plantean la ejecución del citado acuerdo.
En todo caso, la modificación de la dedicatoria y, con ella, del sentido del monumento, por sí solo, parecía ser suficiente para que nadie se cuestione en absoluto el carácter políticamente neutro de la Cruz y así lo entiende una gran mayoría de cacereños y las Corporaciones Municipales que dejan las cosas como están.
Pero en 2007 aparece la llamada Ley de Memoria Histórica (Ley 52/2007, de 26 de diciembre) y años más tarde, el Parlamento Extremeño promulga la Ley 1/2019, de 21 de enero, de memoria histórica y democrática de Extremadura, con la que el debate se plantea de nuevo, sustentado en un informe elaborado por un “Comité de Expertos” que incluye a la Cruz entre los monumentos “conmemorativos de exaltación, personal o colectiva, de la sublevación militar de 1936 y del franquismo”.
Y finalmente, un tal Carles Mulet, senador por designación de las Cortes Valencianas y miembro del partido nacionalista valenciano Compromís, solicita formalmente la demolición de la Cruz de Cáceres en sede parlamentaria.
A partir de aquí, comienza una ofensiva de la ultra izquierda para que la Cruz sea demolida. Las RRSS y ciertos medios de comunicación se movilizan para exigir al Ayuntamiento de Cáceres, a la Junta de Extremadura y, en su caso, al Gobierno de España que la Cruz sea eliminada.
Pero también numerosos defensores de mantener la Cruz cómo y dónde está, acuden a las RRSS para poner de manifiesto su opinión, su deseo y su intención de hacer todo lo posible para que siga ahí.
La situación creada viene a revelar que la L.M.H. que pretende avalar la demolición de la Cruz, en este y en otros muchos casos, lejos de conseguir la finalidad expresada en su art. 1, ha logrado todo lo contrario; pues la cohesión y la solidaridad entre los españoles no sólo no se ha fomentado, sino que se ha propiciado el enfrentamiento, la radicalización de posturas encontradas y, en algunos casos, se han llegado a revivir odios y rencores, enterrados y olvidados.
En este momento, el debate debe plantearse en términos jurídicos y determinar si la Cruz vulnera o no las leyes de memoria histórica y deberán ser los Jueces y Tribunales competentes quienes lo determinen.
En cualquier caso y sea cual fuere la determinación que se adopte, las ciudades y sus habitantes van acuñando su propia memoria, su acervo histórico, tradicional, cultural y social, que se va gestando con los años y que no obedece a las “verdades oficiales” ni a “decisiones políticas”, sino que emana y se consolida merced a la “sabiduría popular”. Esa es la razón por la que, por mucho que se legisle y por mucho que se quiera imponer a base de normas, el pueblo seguirá manteniendo costumbres y actitudes permanentemente.
Ciñéndonos al caso de Cáceres. ¿Alguien cree que, por mucho que oficialmente se le cambie el nombre al parque, dejará de ser Cánovas de arriba y de abajo? ¿O la calle del Múltiple va a ser llamada de distinta forma? ¿O algún cacereño va a llamar o ha llamado alguna vez Paseo de Ibarrola al Paseo Alto? ¿O Pintores ha dejado de ser así llamada cuando el nombre oficial era Alfonso XIII o cualquier otro?
Por otra parte, Cáceres, como cualquier otra ciudad, tiene determinados puntos y lugares que están en el sentir colectivo de los cacereños y nadie tiene derecho a privarnos de ellos: El Indio, el Caballo… y naturalmente la Cruz.
Ya pueden tener un nombre impronunciable, llevar a lomos a Hernán Cortés o al Cid Campeador, llamarse Plaza de América o de cualquier otra forma, para los cacereños, seguirán siendo el Indio, el Caballo y la Cruz.
La Cruz es en Cáceres punto de referencia, querida y respetada por miles y miles de cacereños, al margen de que para cada uno tenga un significado político, religioso, sentimental, tradicional o particular y no representa absolutamente nada que no sea lo que reza la placa de su pedestal y el sentimiento de muchos, muchísimos ciudadanos de Cáceres que la consideran algo propio.