Eusebio “El Batería”
Cáceres, como supongo que cualquier otra ciudad, siempre ha tenido sus personajes, entendiendo por tales a determinados ciudadanos poseedores de unas características especiales que, de una u otra forma, los han convertido en populares y conocidos por la gran mayoría de sus vecinos. Y los denomino así: “Personajes”, pues me parece excesivamente duro y además injusto, llamarles los “tontos del pueblo”, aunque sea cierto y evidente que algunos de ellos alcanzan la popularidad porque la peculiaridad de su conducta se deba a deficiencias en sus facultades mentales.
Personalmente, a lo largo de mi infancia y adolescencia, conocí en Cáceres a los personajes de aquella época: “El Mudo”, “Eli Cacahuet” “El Barril”, “Zacarías, el Maletero”, “El Nano”… Y un poco después “Sanrayo”, Leopoldo o “Bocatique”. Posiblemente me deje alguno entre las teclas del ordenador (que no en el tintero), que me perdonen donde quiera que estén…
Estos personajes, amén de su popularidad, han inspirado diversos sentimientos entre los vecinos: Lástima, compasión, envidia, ternura, repulsión… Algunas veces más de uno de ellos en distintas dosis, y qué sé yo cuántas cosas más. Lo cierto es que cada uno, con sus circunstancias y sus peculiaridades han participado de la vida urbana y han generado una especie de conciencia colectiva hacia ellos, a los que en algún caso se ha llegado a sentir como algo nuestro.
Uno de estos personajes que en la actualidad deambula por nuestras calles con una forma de vestir muy peculiar; pues cuando la moda es llevar la cintura del pantalón por debajo de la pelvis a la altura de las vértebras coxígeas, él sin ningún reparo, se coloca el cinturón justo debajo de las tetillas y se calza unas prendas de cabeza de lo más pintorescas.
Se trata de “Eusebio”, al que se le añade el apelativo de “El Batería”. No voy a contar ni cantar sus andanzas, aventuras y desventuras por nuestro entramado urbano; pues al tratarse de un personaje contemporáneo, seguro que mucha gente, que lo pueda conocer con más o menos profundidad, lo haría mejor que yo. Por mi parte, me limitaré a decir que, desde mi condición de responsable de la Policía Local durante bastantes años, he tenido la oportunidad de tener contactos con Eusebio de lo más variados, desde algunos casi dramáticos, hasta otros verdaderamente divertidos.
A título de ejemplo, puedo narrar un episodio que resultó tan sorprendente como divertido y que protagonizó nuestro Eusebio con absoluta gallardía: Hace ya algunos años, la Policía Local para festejar a nuestra Patrona, la Virgen del Carmen, organizamos en una parcela del Polígono Ganadero, propiedad de un buen amigo, una fiesta campera, con barbacoa, paella, vaquilla y atracciones diversas para pequeños y mayores. Es fácil imaginar que aquellas celebraciones eran de lo más divertidas. Pues bien, en este caso, uno de los atractivos de la fiesta era la actuación de Eusebio, obviamente, tocando la batería.
He de decir que muchos de los Agentes, sobre todo los más jóvenes y los de más reciente incorporación, no conocían a Eusebio o ignoraban a qué obedecía el apodo de “El Batería”, quedándose sorprendidos por algo tan sencillo como que la razón no era otra que su habilidad para la percusión.
Así las cosas, llegado el momento, Eusebio se acomodó frente a un montón de platillos, cajas, bombos, tambores y no sé si algún elemento más con capacidad para generar estruendos dignos de la mejor tormenta. Después de algunos golpes de tanteo nos anunció el título de la pieza que iba a interpretar y así, a palo seco, sin ningún otro instrumento que le acompañase y tarareando de forma inaudible lo que se supone era la melodía de la canción que estaba interpretando, con pies y manos empezó a aporrear de forma inmisericorde cuanta tripa y hojalata tenía por delante.
En principio aquello fue ensordecedor, tan terrorífico que los niños que estaban cerca huyeron despavoridos, quizás pensando, como los galos de Astérix, que el cielo se desplomaba sobre sus cabezas. Creo que todos nos alejamos un poco con discreción y, curiosamente, con un poco de distancia, aquello tenía un cierto ritmo, una especie de “chin, chin, pón” que te invitaba a mover los pies.
Un aplauso, no sé si de educación, de entusiasmo o de alivio premió la primera interpretación de Eusebio, que rápidamente nos anunció la interpretación de otra pieza y con la misma dedicación que la primera vez, repitió exactamente lo mismo.
El personal con el ritmo se iba animando y los más entusiastas le pidieron que interpretara algunas piezas que serían, digo yo, más de su gusto.
– ¡Eusebio! – Le gritaban – ¡Toca un pasodoble!
Y Eusebio, sin inmutarse, respondía:
– ¡No! Yo sólo toco moderno – Y se quedaba tan ancho.
Cuando llevaba tocadas cinco o seis canciones y la cosa empezaba a ser excesivamente reiterativa; pues siempre tocaba lo mismo, independientemente de la canción, alguien se lo recriminó diciéndole que aquello era siempre igual y que entre una y otra canción no había ninguna diferencia, Eusebio, sin dudarlo ni un instante, le respondió con prontitud:
– Tú es que no tienes ni puta idea, muchacho – Y sintiéndose generoso añadió la explicación – ¿Es que no ves que yo hago sólo el acompañamiento?
No creo que fueran muchos los contratos que le salieron a Eusebio tras aquella actuación, pero tampoco creo que perdiera la afición, porque lo cierto es que sigue siendo “Eusebio, El Batería”